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La ofrenda a Dios en la montaña

Por Jonathan Mejía


¿Existe Dios? Esta es la pregunta del millón de dólares en la civilización Occidental. Pero para aquella pequeña comunidad encastillada en la zona selvática del Petén, al norte de Guatemala, ese enigma estaba resuelto. ¡Y de qué manera!

Una iglesia rodeada de los tesoros que sólo la selva puede proveer, el suelo era de tierra, el techo de zinc, paredes de madera, bancas rústicas: Así era la iglesia, y en el altar un rótulo sencillísimo aunque absoluto: "¡Dios está aquí!".

Llegué después del medio día. Volé desde las seis de la mañana transportando grupos de varios puntos de la meseta verde, que es el Petén. Celebraban una conferencia, una fiesta. En mi pequeño Cessna metían gallinas, maíz, frijol, ?Con cuidado, piloto, es mi ofrenda a Dios, me decían.

La mayoría no tuvo la suerte de volar conmigo y caminaron hasta dos días para llegar a la cita. Unas 200 personas abarrotaron aquel edificio pobremente construido donde estaba Dios. Yo creía que la Deidad Suprema habitaba únicamente en las catedrales de diamantes y de cristales con alfombras orientales, sillas de finas maderas, oradores egresados de Harvard y parqueos llenos de automóviles último modelo.

Desde la entrada principal y con las manos en la cintura, eché un vistazo. La gente se agitaba rítmicamente cantando, acompañados del "tololoche" (contrabajo) y tres guitarras. Las voces sonaban como ecos celestiales, los atuendos coloridos, la iglesia adornada, la selva cantaba, ¡olía a Dios! - ¡Dios mío, he tenido que viajar hasta el fin del mundo para verte! En el altar las ofrendas: gallinas, maíz, frijol y otras clases de verduras. Quise gritar: "¡Esta es la casa de Dios, no es mercado!". Y antes de gritarles, en mí celo por las cosas sagradas, a mis espaldas, me dice el pastor: -Jonathan, hoy Dios tiene bastante alimento. - Ah, ¿Dios se come las ofrendas? - Sí, contestó, venga, vamos a ver.

Allá atrás, en otro rancho, un ejército de hermanas cocinaba las "ofrendas" ? ¿Y cuándo llega Dios a comer? Pregunté con la idea de "enseñarles mi teología" a aquel grupo. - Piloto, a vos te ha enviado Dios para estar con nosotros, entonces te comes la comida en nombre de él. En ese momento la congregación gemía, el tololoche con su tum-tum-tum acompañaba, las guitarras rasgaban el aire húmedo, y las palabras ascendían al cielo hasta lograr traspasar las copas de los árboles. No entendía las palabras, no hacía falta, cantaban: "Las promesas del Señor mías son, en la Biblia yo lo leo y yo sé&ellipsis;".

Al caer la tarde, fueron a traer a todos los pobres y hambrientos de la comunidad&ellipsis; me dijeron "porque las ofrendas a Dios también son para los pobres".

Esa noche cuando la civilización desarrollada rendía culto a los dioses del placer, del egocentrismo y de sus catedrales mientras ponderaban su pregunta: ¿Existe Dios?, en un resquicio de la selva, un grupo de los fieles de la tierra cantaba: Dios está entre nosotros, guarde silencio delante de Él toda la tierra.


--A. Jonathan Mejía
Curridabat, Costa Rica


el Intérprete, septiembre-octubre, 2010

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